Los atentados de Casablanca

Los atentados de Casablanca

La ola de atentados kamikazes que enlutó a Marruecos el 16 de mayo de 2003, ha sido presentada como una operación concebida por Abu Mussab Zarquaui de las redes de Al Qaeda. El reino cherifiano (marroquí) habría arrestado con rapidez a los cómplices, a quienes habría juzgado y condenado, salvando así su proceso democrático. Una tesis analizada paso a paso por el profesor Omar Mounir que muestra, en una reciente obra, las incoherencias de la versión oficial. En realidad, los atentados podrían vincularse con la cuestión del Sahara Occidental y habrían sido utilizados por la monarquía para silenciar a un partido islámico que todos consideraban ganador en las inminentes elecciones municipales.

El 16 de mayo de 2003 Marruecos es sacudido por una ola de atentados sin precedentes. Con una serie de cinco ataques casi simultáneos en la ciudad de Casablanca, el reino se ve de pronto afectado por el «terrorismo internacional».

La operación deja un saldo de alrededor de cuarenta muertos y un centenar de heridos. De inmediato, el poder adopta una legislación antiterrorista hasta entonces sometida a una fuerte oposición, y encarcela a un gran número de opositores políticos provenientes de los movimientos islámicos. Estas medidas legítimas y apropiadas son tremendamente eficaces, Marruecos erradica con rapidez el terrorismo y recupera su estabilidad anterior.

Arriba: Omar Mounir

Esta es, en todo caso, la versión oficial marroquí de este suceso que hoy ha desaparecido de la memoria colectiva. No obstante, Omar Mounir, ex profesor de la Facultad de Derecho de Casablanca, acaba de publicar un libro, Los atentados de Casablanca y el complot del 11 de septiembre, donde señala las contradicciones de la tesis esgrimida por las autoridades del país. Analizando esta ola de atentados en el contexto general de «guerra al terrorismo» y del conflicto iraquí, dicho autor propone una interpretación totalmente distinta de estos hechos.

Versiones contradictorias

Desde las primeras horas, las versiones dadas a los medios masivos de comunicación son muy confusas, tanto sobre los objetivos atacados como sobre el modo operativo de los terroristas. Para el periódico francés Le Monde, «tres vehículos cargados con explosivos estallaron respectivamente cerca del consulado de Bélgica, del hotel Farah-Maghreb (ex Safir) y del Círculo de la Alianza Israelí, y una o dos bombas hicieron explosión en la Casa España, el centro cultural hispánico, que cuenta con un restaurante muy frecuentado».

En el sumario, el «periódico de referencia», contradiciéndose a sí mismo, explica que los atentados son «en su mayoría ataques suicidas de kamikazes». ¿Será posible estar frente a kamikazes tan ingenuos que permanecen ellos mismos dentro del vehículo parqueado que vienen de cargar con explosivos para hacer estallar?

En el mismo artículo, el periodista afirma que «una bomba habría sido puesta en la entrada del edificio [el hotel Farah-Maghreb] por un kamikaze a pie, según declaraciones de un testigo». El ministro del Interior marroquí, Mustafa Sahel, explica que «esos atentados llevan la firma del terrorismo internacional». Según él, «el objetivo buscado por los terroristas era dañar el proceso democrático en Marruecos y su «pluralismo» político».

Objetivo alcanzado: en los días siguientes, la policía marroquí arresta a numerosos opositores provenientes de movimientos islámicos, mientras que el propio presidente del Partido Justicia y Desarrollo, la rama política de esta tendencia, califica estos atentados como «salvajes crímenes terroristas» [1].

Las investigaciones no insisten mucho en las eventuales motivaciones de los terroristas. Se contentan con el cassette de audio distribuido en febrero de 2003 y atribuido a Osama Bin Laden donde afirmaba que «los musulmanes deben movilizarse para librarse del yugo de esos regímenes apóstatas, sojuzgados por los Estados Unidos. (…) Entre los países que deberían ser liberados están Jordania, Marruecos, Nigeria, Pakistán, el país de las dos mezquitas sagradas y Yemen» [2].

Según la policía, «una decena de kamikazes murieron y tres sospechosos, todos de nacionalidad marroquí, fueron arrestados». Entre ellos habría un kamikaze herido. En los días siguientes, la policía identifica a ocho miembros de los cinco comandos y realiza alrededor de 30 arrestos. La investigación se centra en un grupo islámico, Assirat Al-Mustaquim (El Camino Recto), una banda de un barrio popular de Casablanca que propugna una aplicación rigurosa de la ley coránica.

Siguiendo el impulso de los hechos, el presidente norteamericano, George W. Bush, brinda su ayuda para «arrestar y aplicar la justicia a los responsables» de los atentados. Esta propuesta provoca de inmediato una fuerte oposición popular, ya que el propio Bush es calificado de «bombero-incendiario».

Después, tras haber interrogado a otros dos kamikazes sobrevivientes, la policía marroquí arresta «al coordinador principal» de los atentados, pero este fallece de «muerte natural» antes de ser llevado ante la justicia. No obstante, según los investigadores, las personas ya arrestadas han permitido identificar a ocho de los 14 kamikazes, así como conocer todo el funcionamiento de la red.

En los próximos días, un sospechoso francés es interrogado en Tánger. Este hombre, Robert Richard Antoine Pierre, reside en Marruecos desde hace seis años y rápidamente se ha vuelto sospechoso de ser un eslabón esencial del dispositivo.

Robert Richard Antoine Pierre (Fuente: Maroc-Hebdo)

Simulacro de proceso

La serie de juicios sobre este asunto constituye una verdadera parodia de justicia. A finales de junio, cerca de 30 marroquíes detenidos antes de los atentados y sospechosos de pertenecer a la organización clandestina «Salafia Jihadia» son juzgados… ¡por el papel desempeñado en la operación de Casablanca! El fiscal solicita la «pena máxima», o sea, la pena de muerte para una decena de ellos. No obstante, todos negaron los hechos excepto Yussef Fikri, bautizado «el emir de la sangre» por la prensa. A pesar de todo, el tribunal proseguirá con sus alegatos [3].

Unos días más tarde, mientras el ministro de Justicia Mohammed Bouzoubaa afirma que 700 personas están sometidas a procesos judiciales debido a su implicación «directa o indirecta» en esta tragedia, el primer proceso directamente vinculado a los «atentados suicidas» se inicia en Casablanca.

Los 52 sospechosos (que pronto serán 87) son miembros de la Salafia Jihadia. Entre ellos, los tres kamikazes que supuestamente sobrevivieron.

Estos son, además, los únicos en ser perseguidos por su papel en los atentados del 16 de mayo, mientras que los otros son sospechosos de haber fomentado proyectos similares en Marrakech, Agadir y Essauira. Son juzgados sobre la base de la nueva ley antiterrorista, aprobada justo después del ataque, en junio de 2003 y aplicada de manera retroactiva [4].

El único elemento material presentado contra ellos por la fiscalía: «diversos cassettes que, según esta, hacen la apología de la yijad en Chechenia, Palestina y Afganistán y que los culpables habrían visto en grupo antes del drama del 16 de mayo» [5]. Finalmente, cuatro de ellos son condenados a muerte y 39 a cadena perpetua [6]. Un francés, Pierric Picard, arrestado y juzgado en el marco de este problema, es puesto en libertad.

Un tercer proceso se inicia a finales de agosto. Permite a la justicia marroquí interesarse por el caso de Pierre Robert (llamado también Richard Robert y Didier Robert), un «musulmán francés» arrestado en Tánger el 3 de junio de 2005 y acusado por los magistrados de Rabat de ser «el principal responsable de células terroristas constituidas en Tánger, Fez (ciudad al interior del país)), Casablanca, y en el norte del país» [7]. Se ve implicada también la Salafia Jihadia, cuyo «emir» sería el citado francés. Pierre Robert, que comparece junto a 32 musulmanes salafistas marroquíes, afirma el 9 de septiembre de 2003 haber trabajado para la DST francesa (espionaje francés) y, por orden de esta, haberse infiltrado en el grupo islámico argelino.

El habría participado en el «desmantelamiento de una red de 16 argelinos, tunecinos y marroquíes que operaba conjuntamente en cinco países europeos, entre ellos Bélgica y Francia, que amenazaban atacar la Copa del Mundo 1998 y la catedral de Estrasburgo mediante atentados con bombas.» [8]. Le diario argelino Quotidien d’Oran recuerda además que «la DST está incluida en la investigación de Casablanca, debido a que tres ciudadanos franceses habían perecido en los atentados. Inmediatamente después de los hechos, 14 agentes de la DST llegaron a Marruecos, entre ellos especialistas en identificación judicial, especialistas en explosivos y expertos del laboratorio central para apoyar a sus homólogos marroquíes».

Aunque el ministerio francés haya desmentido de inmediato esas informaciones, las declaraciones de Robert causan sensación. No obstante, ello no impide que la justicia marroquí le aplique una pena grave, a pesar de la ausencia de todo elemento material en su expediente de acusación. El 29 de septiembre es condenado a cadena perpetua, al igual que otros dos detenidos. Los demás son condenados a penas que van de tres meses a 30 años de cárcel, mientras que sólo dos son liberados [9].

El rey de Marruecos, Mohammed VI visitando a los heridos del atentado.
Foto gobierno marroquí.

Así termina este tenebroso asunto. Con esta última ola de condenas, las autoridades marroquíes cierran el caso de los atentados más sanguinarios sufridos por Marruecos, sólo cuatro meses después de haber sido cometidos. Sin embargo, no se sabe nada acerca de las motivaciones de los autores, ni de la ideología de la red de la que serían miembros, ni de los objetivos perseguidos, ni tampoco del modo en que operaron. Tanto en el plano político como en el material, estos atentados siguen siendo un misterio. Un misterio que Omar Mounir ha decidido aclarar.

La selección de los objetivos
El primer ataque ocurrió en el barrio de Sahat Al-Arsa, en la vieja zona musulmana de Casablanca. Contrariamente a lo que sería después la versión oficial, el atentado no fue cometido por un comando de tres kamikazes, sino por uno solo.

Las otras tres víctimas habrían sido simplemente transeúntes, según los testimonios recogidos por el semanario Tel Quel. Los medios masivos de comunicación eclipsarán con rapidez este detalle para tratar de explicar cuál era el objetivo perseguido por el o por los terroristas.

Según su criterio, el objetivo que quería atacarse era el vecino cementerio judío. No obstante, como lo señala Omar Mounir, «el último enterramiento se remonta a 1950» y la explosión tuvo lugar a varias calles de distancia del cementerio. El autor se asombra: « ¡Venir, aparentemente, con la intención de volar en pedazos un cementerio o lo que sea y ni siquiera saber dónde se encuentra!»

Por su parte, el ataque al Centro de la Alianza Judía -según testimonios recogidos también por el semanario Tel Quel-, había sido efectuado por dos terroristas provistos de bombas. En la víspera, los terroristas habrían causado problemas allí en ocasión de un banquete de 150 personas. Prefirieron realizar el ataque cuando el sitio estaba vacío, una noche de viernes de sabbath.

El tercer objetivo era el restaurante «Le Positano», que se encuentra frente a la embajada de Bélgica. Es frecuentado por una gran parte de la comunidad judía de Casablanca, y está situado en el barrio de la ciudad donde hay más sinagogas. Queda también bastante cerca de la embajada de los Estados Unidos.

Pero también en este caso abundan las incoherencias: los terroristas volaron, o al menos las explosiones ocurrieron fuera del restaurante y no dentro de este. Las víctimas son transeúntes, en especial un francés que se bajaba de su automóvil. Ningún judío podía ser lesionado, ya que, una vez más, el atentado se cometió la noche del sabbath.

Todo esto en cuanto a los tres atentados «fallidos», cuyas víctimas son principalmente sus propios autores. Sólo algunos transeúntes sufrieron, a veces de modo fatal, las consecuencias de la «torpeza» de los terroristas.

El atentado contra los intereses españoles en Marruecos es mucho más sanguinario. Hacia las 10.30 pm, tres terroristas penetran en la Casa de España, que incluye un restaurante y un club social español subvencionado por Madrid. El ataque deja un saldo de 22 muertos, entre ellos un italiano, dos españoles y 19 marroquíes.

Finalmente, el último atentado se lanza contra el hotel Farah, dejando un saldo de tres muertos: un kamikaze, un guardia del hotel y el conserje.

¿Cuál es la lógica de estos atentados? Según la AFP, «los ataques (…) han tenido como objetivo instalaciones judías y establecimientos frecuentados por extranjeros». No obstante, «la mayoría [de las víctimas] son marroquíes» [10].

En lo referente a los «objetivos judíos», parece que los ataques no se habrían efectuado con la finalidad de matar, ya que en los sitios escogidos no podía haber judíos esa noche. De ahí la hipótesis de Omar Mounir: los terroristas «querían advertir a los judíos y no matarlos, quizás…. Obligarlos a marcharse de Marruecos hacia Israel como Sharon les pedirá al día siguiente de las explosiones».

Un solo objetivo tal vez se identifique claramente: España. Como señala Omar Mounir, «la Casa de España estaba ubicada en el mismo edificio de la Cámara de Comercio española, no lejos de la misión católica ibérica de San Francisco de Asís, detrás del restaurante. El Estado y la Iglesia españoles estaban, pues, representados ahí».

A unos pocos días de celebrarse elecciones municipales cruciales para el gobierno de Aznar, aliado incondicional de Washington, este se ve así enfrentado a un ola de críticas por parte de José Luis Rodríguez Zapatero, quien lo acusa «de haber colocado a España en la lista de los objetivos del terrorismo internacional» [11].

Vínculos con Al Qaeda
Durante la investigación que llevaron a cabo, las autoridades marroquíes atribuyeron a diversos grupos islámicos la responsabilidad de la organización de esos ataques: Assirat Al-Mustaquim, después la Salafia Jihadia; dos organizaciones poco conocidas por los especialistas mundiales en terrorismo. La prensa menciona múltiples conexiones internacionales: el periódico Al-Ittihad Al-Ichtikari afirma que «por lo menos dos kamikazes residían en Egipto y en los Emiratos y habrían llegado a Marruecos por avión procedentes de Londres y Bruselas».

El 5 de junio, nos enteramos por el Washington Post que los atentados habían sido preparados desde hacía varios meses y que la orden de ejecución la había dado el propio Abu Mussab Zarquaui. Dos semanas más tarde, Al Qaeda reivindica los atentados «mediante la grabación en vídeo de un hombre enmascarado que anuncia nuevas operaciones suicidas».

Ese mismo día, el 23 de junio, el periódico As Sabah publica informaciones según las cuales los ataques habrían sido financiados por «un grupo de marroquíes residentes en Gran Bretaña, en países escandinavos, Suecia y Dinamarca». Ello permite vincular la operación con las redes del terrorismo internacional, y, en especial, con la nebulosa Al Qaeda de Osama Bin Laden.

La identidad de los kamikazes y su origen social, profusamente difundidas por la prensa, choca totalmente con esta teoría del complot. Procedentes de las villas miseria más pobres de Casablanca, los supuestos terroristas eran un vendedor ambulante, un soldador, un vendedor de pescado e incluso un parqueador de carros. Un perfil que no encaja con la tesis de los «agentes infiltrados» mantenidos desde el extranjero… La inexperiencia de las personas escogidas excluye igualmente que hayan podido efectuar esos ataques con una precisión tan minuciosa, ya que las explosiones ocurrieron, como en Madrid, con una diferencia horaria inferior a 15 minutos.

A partir de estos elementos, el autor elabora dos hipótesis: para él, esos «kamikazes» actuaron bajo la acción de psicofármacos y sus bombas fueron detonadas a distancia. Una hipótesis que tiene el mérito de explicar por qué las bombas colocadas en el hotel Farah-Maghreb y en el Círculo de la Alianza Israelita explotaron antes de que los terroristas salieran del edificio. Ello explicaría asimismo por qué las informaciones acerca de los explosivos y sus dispositivos de detonación son tan contradictorias.

En definitiva, que hoy no se sabe aún qué tipo de explosivo se utilizó, quién ensambló los artefactos y cómo fueron programadas para detonar, según varios periódicos, con minutos de intervalo fijo de cinco minutos. Un mecanismo que no permitiría hablar de “kamikazes”, y que no explica por qué la mayoría de las bombas estallaron fuera de los objetivos que pretendían destruir.

El interés de los musulmanes en efectuar esos atentados continúa siendo una incógnita. La operación, de hecho, tuvo lugar a cuatro meses de distancia de unas elecciones municipales consideradas igualmente por «observadores y politólogos como un ras de mar islámico». La ola de arrestos que siguió a los atentados de Casablanca afecta ante todo a las figuras más populares y conocidas el islamismo marroquí, en especial Abdelbari Zemzmi, Mohamed Fizazik y numerosos cuadros del Partido Justicia y Desarrrollo (PJD), tercera agrupación política en el Parlamento.

Sometido a presión, el movimiento sólo presentará candidatos en el 16% de las circunscripciones en las elecciones municipales. Desde este punto de vista, la ola de represión que siguió a los atentados debe ser comparada con la que siguió a la victoria de los musulmanes argelinos en las elecciones municipales de 1990, con la diferencia que en Marruecos los atentados permitieron actuar antes de la votación.

Paralelamente, la invención del delito de «apología del crimen de terrorismo», que permite reprimir todo discurso de protesta política cuya virulencia recordase la de las organizaciones terroristas, permite a las autoridades marroquíes denunciar ante la justicia a diversos periodistas y directores de periódicos. En consonancia con las «democracias» occidentales después del 11 de septiembre, Marruecos aprobó también una legislación antiterrorista de extrema seguridad poco tiempo después de los atentados.

Todos esos elementos no permiten conocer las verdaderas motivaciones de los autores de los atentados. En todo caso, reducen a nada la versión oficial, demostrando una total incongruencia entre el supuesto nivel de aficionados de los «kamikazes» fanáticos y la preparación metódica que supone una ola semejante de ataques simultáneos.

Al reforzar la comparación de los movimientos islámicos con la nebulosa terrorista internacional erigida como nuevo enemigo por Washington, los atentados de Casablanca justifican la guerra contra el terrorismo llevada a cabo por los Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001.

No obstante, la falta de coherencia real en la selección de los objetivos permite suponer que el objetivo del ataque es todavía tremendamente desconocido por el gran público. Al igual que en los atentados de Madrid, que ocurrieron nueve meses después, los atentados de Casablanca deben inscribirse en una agenda -o al menos en un contexto- cuya lógica hay que descubrir aún. Es muy posible que la cuestión del Sahara ex español, viejo tema de discordia entre Marruecos y Argelia, tenga que ver en todo ello.

El 16 de mayo de 2003, fecha de los atentados, el ministro de Relaciones Exteriores marroquí, Mohammed Benaissan, se reunió con Dick Cheney, Condoleezza Rice, Paul Wofowitz, Richard Armitage y con el subsecretario de Estado para el Cercano Oriente, William Burns. Desde hace cerca de 30 años, Marruecos ocupa las dos terceras partes del Sahara Occidental, una antigua colonia española. Posteriormente, se enfrentó a una resistencia armada del Frente Polisario, que aboga por la autodeterminación. Pero Rabat no parece decidido a abandonar este pedazo de territorio, rico en hierro y en fosfato -inclusive en petróleo- a pesar de las numerosas propuestas de la Organización de la Unidad Africana y de la ONU.

Esta cuestión se ha convertido en una preocupación fundamental de Washington desde 2002; se aprobó el «Initiative Pan Sahel», lanzado a fines del 2002 conjuntamente con Chad, Níger, Mauritania y Mali para «garantizar en conjunto la protección de las fronteras, el control del movimiento de personas, la lucha contra el terrorismo y la cooperación regional». Todo ello con un presupuesto de siete millones de dólares, con una posibilidad de reevaluación a la altura de 125 millones en los cinco próximos años.

Bajo la cobertura de Al Qaeda y de su supuesto aliado, el Grupo Salafista para la predicación y el combate argelino, la administración estadounidense ha aumentado ya considerablemente su poder militar en la región. ¿Acaso Marruecos habría sido sancionado por su intransigencia en el caso, que bloquea desde hace años el buen funcionamiento de la Unión del Magreb árabe afectando las relaciones entre Rabat y Argel?

En todo caso, es indiscutible que los atentados de Casablanca ocurrieron en el peor momento para el poder marroquí, en plena negociación diplomática del nuevo plan Baker sobre este asunto. Este plan prevé en especial la organización de un referéndum en el Sahara occidental de aquí al 2010, en el cual todos los habitantes de la región desde finales de 1999, ya sean marroquíes o saharauis, estarán autorizados a votar.

Una propuesta a la cual Marruecos se ha opuesto mientras que el Frente Polisario le brindaba su apoyo, al igual que el Consejo de Seguridad de la ONU, a fines de julio de 2003.

[1] «Plusieurs attentats font au moins 24 morts à Casablanca», por Mohammed Chakir y Dominique Pettit, diario francés Le Monde, 18 de mayo de 2003.
[2] «Fragile Maroc», Le Monde, 28 de mayo de 2003.
[3] «Au Maroc, dix condamnations à mort dans le procès d’intégristes», Le Monde, 13 de Julio de 2003.
[4] «Au Maroc, début du premier procès lié aux attentats-suicides de Casablanca», Le Monde, 22 de Julio de 2003.
[5] Los inculpados de Casablanca niegan en bloque: «Les inculpés de Casablanca nient en bloc», por Mounia Daoudi, RFI, 29 de julio de 2003.
[6] Marruecos: El proceso de los atentados de Casablanca terminan con 4 condenas a muerte y 39 a prisión a vida. «Maroc : Le procès des attentats de Casablanca débouche sur 4 condamnations à mort et 39 à perpétuité», Quotidien du Peuple, 29 de agosto de 2003.
[7] El proceso del islamista francés Pierre Robert comienza otra vez en Marruecos. «Le procès de l’islamiste français Pierre Robert reprend au Maroc», Le Monde, 30 de agosto de 2003.
[8] El cerebro de los atentados de Casablanca es un agente de la DST (servicios secretos franceses). «Le cerveau des attentats de Casablanca est un agent de la DST», Le Quotidien d’Oran, 9 de septiembre de 2003.
[9] El «emir» francés Richard Robert escapa a la pena de muerte en Marruecos. «L’»émir» français Richard Robert échappe à la peine capitale au Maroc», por Jean-Pierre Tuquoi, Le Monde, 20 de septiembre de 2003.

[10] Los atentados en Marruecos: el vínculos posible con Al Qaida toma cuerpo. «Attentats au Maroc: le lien possible avec Al-Qaïda prend corps», agencia de noticias AFP, 19 de mayo de 2003.

[11] España, objetivo del terrorismo. «L’Espagne, objectif du terrorisme», diario francés Le Monde, 20 de mayo de 2003.

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